Discurso de Fernando T. Maestre durante el acto de entrega de las Placas de Honor AEC 2022

Señora Rectora Magnífica de la Universidad de Alicante, Señor Rector Magnífico Emérito de la Universidad Miguel Hernández, autoridades científicas y académicas, galardonados y acompañantes, miembros del Consejo Rector de la Asociación Española de Científicos, socios, simpatizantes, compañeros y compañeras, buenas tardes a todos y a todas.

Me gustaría comenzar mi intervención dando mi enhorabuena a todos los premiados y premiadas, es todo un honor para mí compartir este reconocimiento con vosotros, así como agradeciendo a mi querida Amparo Navarro sus cariñosas y amables palabras, que sinceramente no sé si merezco. Muchas gracias también Amparo, así como a mi vicerrector de investigación Juan Mora, por hacer posible que pudiera volver a la Universidad de Alicante, la institución que me formó académicamente, en 2019. Pasé 14 años estupendos en la Universidad Rey Juan Carlos, una etapa de la que guardo muy gratos recuerdos, pero sin duda alguna mi vuelta a Alicante ha sido todo un soplo de aire fresco y un aliciente tanto en lo personal como en lo profesional. En un sistema académico como el nuestro, mover grupos enteros de investigación, proyectos de gran envergadura y laboratorios entre universidades no es nada fácil, pero Amparo y Juan se conjuraron para solucionar todos los problemas que surgieron en el camino y junto con las facilidades dadas desde la Universidad Rey Juan Carlos mi vuelta a Alicante se pudo hacer realidad. Estoy muy feliz de poder seguir desarrollando mi trabajo en mi alma máter y contribuir, con modestia pero con mucha ilusión, a que la Universidad de Alicante y la Comunidad Valenciana sean referentes internacionales en temas de gran importancia científica y socioeconómica, como la ecología y gestión de los recursos en las zonas áridas, la mitigación y adaptación al cambio climático y la lucha contra la desertificación.
 
 
Muchas gracias también a la Asociación Española de Científicos por esta distinción, que me ha hecho mucha ilusión recibir, y a las personas que me propusieron. Imagino que mi colega José Luis Todolí, con el que comparto nuestra afición al sencillo pero noble deporte de correr, habrá tenido algo que ver en este asunto…. Es para mí todo un honor entrar a formar parte del ilustre elenco de investigadoras e investigadores galardonados con la Placa de Honor de esta asociación, un reconocimiento que siempre llevaré con orgullo y agradecimiento.

Yo no estaría hoy aquí de no ser por el apoyo, el cariño y la ayuda de un gran número de personas e instituciones a las que me gustaría reconocer. Quiero comenzar agradeciendo a mi familia su cariño, amor y apoyo incondicional durante los 46 años de mi existencia. A mi mujer, María Dolores, e hijos, Lucas y Lluvia, por haberme permitido formar una familia maravillosa con la que compartir mi vida y por la que trabajar por poner mi granito de arena para que el futuro no sea tan malo como nos lo pintan. A mis padres, Purificación y Tomás Fernando, por haberme criado como lo han hecho y por darme la libertad para poder estudiar lo que quería pese a que allá por 1994 estudiar Biología no parecía una opción con mucho futuro. A mis hermanos, José Joaquín y Rafael, por tantos buenos momentos como hemos pasado juntos a lo largo de los años. Al resto de mi familia y a mi familia política, quien siempre me acogió como un hijo más. A quienes no están hoy aquí pero que sin duda hubieran disfrutado mucho este momento, como mis abuelos Rafael y Joaquín, mi abuela Pilar, mis tíos Rafael y Tomás y mi suegro Antonio. 
 

Dice un proverbio africano que se necesita todo un pueblo para educar a un niño y soy plenamente consciente de que mi trayectoria, y por ende esta Placa de Honor, no hubiera sido posible sin el apoyo y las enseñanzas de numerosas personas e instituciones que, pese a que son fundamentales en nuestra vida, muchas veces no tienen el reconocimiento que se merecen. Me gustaría comenzar destacando la labor de nuestras profesoras y profesores, que dan lo mejor de sí mismos para que en su día nosotros y hoy nuestros hijos e hijas no sólo adquieran conocimientos que les serán de gran importancia para su futuro devenir profesional sino para complementar la educación que reciben en casa y que sin duda es fundamental para conseguir ciudadanos de bien, tolerantes, libres y con opinión propia. En todo este proceso juega un papel fundamental nuestro sistema educativo y muy especialmente nuestro sistema público de colegios, institutos, centros de formación profesional y universidades. Este sistema es como un árbol vigoroso con unas buenas raíces pero que tenemos que cuidar ya que al igual que los árboles de verdad tiene sus propias plagas y sufre con las sequías y los cambios de clima cuando éstos son tan abruptos como los que estamos sufriendo en la actualidad.

Tanto la universidad pública como nuestro sistema público de investigación, desarrollo e innovación son fundamentales para que podamos afrontar con éxito los principales retos que tenemos como sociedad, entre los que se encuentran la emergencia climática, la contaminación por el plástico y otros residuos, el agotamiento de los recursos naturales, la creciente influencia de algoritmos en nuestro día a día, el envejecimiento de la población y la polarización de la sociedad. Es precisamente nuestro sistema público de investigación el que me permitió seguir formándome tras mi doctorado de la mano de los mejores en Universidades como la de Duke, Montana y Vermont en Estados Unidos, quien posibilitó mi vuelta a España en 2005 y más recientemente el que pudiera volver a Alicante en 2019 gracias al programa GenT de la Generalitat Valenciana, impulsado en su día por la actual Consellera de Innovación y Universidades Josefina Bueno. Yo soy un producto de nuestro sistema público de I+D+i, al que le estoy tremendamente agradecido de haberme dado la oportunidad de dedicarme a lo que me gusta y estoy firmemente comprometido con su mejora, fortalecimiento y desarrollo. 
 
 
Tampoco quiero olvidarme de todos los mentores que he tenido a lo largo de los años, y muy particularmente a Jordi Cortina, Susana Bautista y Jim Reynolds, y a los más de 100 técnicos, estudiantes, doctorandos, investigadores postdoctorales y visitantes que han pasado por el Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global, a los que no puedo nombrar a todos para evitar alargarme más de la cuenta. Nuestra investigación, y por ende el reconocimiento que recibo por ella, no sería posible sin todo su trabajo, ideas e ilusión y ellos y ellas me hacen ser y parecer mejor investigador de lo que soy en realidad. Una de las cosas me más satisfacción me genera de nuestro trabajo, si no la que más, es ver cómo las personas que han pasado por el laboratorio alcanzan sus metas personales y profesionales, ya que yo disfruto con sus logros tanto o más que con los míos.  Esta Placa de Honor sin duda que lo es también de ellos y supone un reconocimiento a su labor.

Soy un firme defensor de que un entorno de trabajo saludable es algo fundamental para desarrollar una labor académica y científica de calidad e impacto. La terrible pandemia de la COVID19, que aún se resiste a dejarnos, ha puesto sobre la mesa la importancia de temas como la salud mental, la cooperación, el trabajo en equipo y el cuidado de las personas. Lamentablemente, durante muchos años numerosos colegas que trabajan o han trabajado en la academia han sufrido las consecuencias de aspectos que tradicionalmente se han considerado como inherentes a este trabajo tan estimulante como competitivo: las jornadas maratonianas de trabajo, la enorme presión por publicar, la falta de ética y de conciliación de la vida familiar y laboral, la discriminación por cuestiones de sexo o raza, los comportamientos tóxicos y el acoso en numerosas formas. Hablar sobre estos temas en la academia era (y sigue siendo en muchos sitios) tabú, y bajo una mal entendida vocación y un entramado de pleitesías y favores se justificaban y perpetuaban comportamientos a todas luces inaceptables dentro de nuestras instituciones. 
 

La cultura científica actual debe cambiar. No podemos permitir que dedicarse a la investigación implique sacrificar nuestra salud o nuestra vida personal, ya que difícilmente podemos ser creativos y productivos cuando estamos quemados, somos infelices o tenemos problemas de salud derivados de la sobrecarga de trabajo.
Debemos pues reconocer estos problemas y ponerlos encima de la mesa para así poder empezar a debatir y construir medidas que consigan que nuestros laboratorios sean lugares más saludables en los que se formen investigadores e investigadoras, no lugares donde se destruyan personas. Ello sin duda redundará en que trabajemos mejor y seamos mucho más creativos y productivos.

A lo largo de mi carrera, yo he intentado buscar, con modestia y mucha ilusión, la excelencia académica y científica, pero siempre desde el respecto a las personas y promoviendo el que la gente que trabaja conmigo pueda hacerlo disfrutando y estando lo más feliz posible. Y el hacerlo no ha evitado el que en nuestro laboratorio hayamos alcanzado estándares elevados a nivel internacional en materia de productividad científica, impacto mediático, financiación, divulgación y supervisión de investigadores e investigadoras postdoctorales y estudiantes de grado, máster y doctorado. Estoy pues, firmemente convencido de que es posible tener una carrera académica plenamente satisfactoria y que tenga un impacto positivo a nivel científico y social sin sacrificar nuestra vida personal, y las vidas de los que nos rodean, en el camino.

Ahora que estamos inmersos en un momento de cambio y transformación, que está siendo acelerado a marchas forzadas por la pandemia que nos está tocando vivir y por otros condicionantes económicos, sociales, ambientales y geopolíticos, tan importante como hacer cosas es cómo las hacemos. Y claramente no podemos seguir mirando hacia otro lado en temas como la salud de los investigadores e investigadoras, las malas praxis, la falta de conciliación familiar, la discriminación y el acoso. Pongámonos pues manos a la obra entre todos para cambiar el statu quo actual y convertir nuestras universidades y centros de investigación en lugares más inclusivos, centrados en las personas y su bienestar y, utilizando una palabra que está muy de moda en estos momentos, más resilientes y preparados para afrontar los retos del futuro.  

Y no me extiendo más, termino agradeciendo de nuevo a la Asociación Española de Científicos este reconocimiento y a todos vosotros vuestra atención. Muchas gracias.

 



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